1 de noviembre de 2007

Ojos espías en el sur mexicano.


Con cuanta facilidad se acalla el clamor popular. Esta sensación emerge en cada paso, en cada cuadra de esta ciudad colonial. Reina el mutismo en cada rincón. Las autoridades sacaron a relucir su título de “garantes de la coacción física” y lograron que la ciudad se sumerja en un hermetismo montado para los turistas y los medios extranjeros. Aquí, como quien dice, no ha pasado nada.

Las prolíficas pintadas que se expandieron a lo largo de una y cada una de las casas de la ciudad han sido tapadas con una asombrosa celeridad. Aún podemos observar vestigios de la convulsión en alguna que otra remota calle, que serán desterrados con evidente inminencia. Los enfrentamientos acaecidos a fines del año pasado cesaron a fuerza de operativos policiales, de sojuzgamiento provocado por el gobierno de turno, de encarcelamientos no argumentados y de muertes siempre inexplicables.

En esta ciudad la libertad de expresión está vedada, aparecen por múltiples rincones ojos espías, que constriñen la opinión, el ferviente deseo de que se transforme esta realidad hostil para la mayor parte de los oaxaqueños.

Nuestra recorrida por esta magnífica metrópoli se inicia concomitantemente con el deseo de dialogar con los locales, de poder escucharlos, tenderles la mano, ayudarlos en lo que sea necesario. Nuestra idea primigenia a la hora de escoger a Oaxaca como un destino ineluctable no se asociaba solamente a conocer su extravagante mercado, degustar cuantiosos chapulines (grillos que se ofrecen sazonados y listos para ser comidos), su exquisito pero sumamente gomoso queso (que cortábamos con los dientes a falta de cuchillo y con un hambre de sobra), o su ardiente Mezcal (que bebimos en ingentes pociones con gusano incluido por el mero hecho de ser gratuito). Elegimos a Oaxaca por una necesidad imperiosa de comprenderla, por el ahínco de dilucidar un país tan complejo como el mexicano, un país que aún sigue resistiendo heroicamente a los continuos embates occidentalistas.

Hicimos oídos sordos cuando los mismos mexicanos de otros estados o nuestros propios familiares nos tildaban de dementes por intentar pisar esa ciudad. Y la pisamos. Y cuando menos lo esperábamos, nos arrimamos al objetivo.

Tras saborear los deliciosos (¿?) helados de Porfirio (un hombre mayor en edad pero de muy baja estatura), nos sentamos a charlar en la plaza y fue en ese instante que se nos acercó un joven oaxaqueño. Lo más extravagante del caso es que intentó dialogar con nosotras en inglés aún sabiendo que éramos argentinas. ¿Qué escondía aquel hombre tras su intencionada equivocación? La respuesta a este interrogante es flagrante: aquel hombre escondía el temor: temor a ser reprendido por los ojos espías que inundaban la ciudad. El inglés era el código del que se valió inicialmente para contarnos el intríngulis oaxaqueño.

“Aquí no se puede hablar con los extranjeros sobre el problema que estamos pasando” musitó este simpático mexicano esta vez en español tras nuestros continuados pedidos de que así lo hiciera. Prosiguió su relato por un buen rato, detallándonos la brutal represión que habían sufrido muchos locales y extranjeros, la imposibilidad tajante de expresarse, de reunirse, de proseguir con sus reclamos, de contarle al mundo lo que estaba ocurriendo. Siempre este buen hombre miraba a su alrededor, queriendo observar si lo observaban, procurando valientemente terminar con el mutismo que le imponían. Logró, en muy poco tiempo, que nos sintiéramos partícipes del descontento de los habitantes de esta ciudad, que pudiéramos comprender la crisis oaxaqueña un ápice más que cuando arribamos a la ciudad. Pero eso no evitó que volviéramos a nuestra transitoria morada con una sensación de derrota a cuestas. Es que al fin y al cabo, cundía la injusticia en Latinoamérica y eso parecía ser inexorable

6 comentarios:

Anónimo dijo...

dp de contarnos sobr ela flata de democracia, las persecuciones, el amnejo del gobierno, las muertes, el silencio d el prensa, las burocracias...

nos llevó a bailar salsa!

Gracias Viajera.

Anónimo dijo...

La ciudad había sido intervenida por el Gobirno Nacional y la policía Federal y sus calles estaban invadidas de autoridades que rodeaban la plaza principal y se expandían hacia la periferia. Segun nos contó el estudiante de derecho que menciona Pili, el conflicto continuaba latente, pero estaba dormido. Todo surgió a partir de un reclamo docente y se expandió hacia otras áreas bajo la APPO (Asamblea de Pueblos de Oaxaca). Su fin era destituir al intendente de la ciudad.
No podemos dejar de menciuonar los presos políticos que se multiplicaron a partir de este conflicto y la cantidad d emuertes, tapadas por el gobierno.

Anónimo dijo...

Sofi gracias por tus acotaciones!
Creo que eran sumamente necesarias para terminar de entender el artículo

Anónimo dijo...

¡Ojo! Que el hecho de que después nos haya llevado a abilar salasa no es un detalle menor!!!! Caramba!

Anónimo dijo...

cande, Tu comentario de la salsa es muy válido y pertinente! Voy a ver si aprendo a subir videos así subo el video del baile para de este modo poder dar cuenta de la veracidad de los hechos.

Anónimo dijo...

yo lo subo luego.