21 de enero de 2009

Volver (frente marchita o no)



"Pero el viajero que huye
tarde o temprano
detiene su andar."



El partir siempre es fácil, esta acompañado de los sueños, expectativas y adrenalina de todas las nuevas experiencias que vendrán. Sí, hay algo de estrés en la preparación y quizás hasta temor por lo desconocido, pero la ansiosa anticipación de lo que esta por venir siempre predomina.

Estar es, unánimemente, increíble. Un cambalache de sensaciones multicolor derivadas de una sucesión de aventuras, desventuras, inventuras, subventuras y demás.

Volver es lo más dificil... Y particularmente, llegar.

Volver es regresar. Dejar aquellos días donde primaba ese volar, ese viento en la cara, ese grito frenético en la cima de la montaña con las manos extendidas, el pelo salvaje por el viento, y el enorme paisaje con sólo el eco para respondernos. Es recuperar esa vida que dejamos hace tan poco tiempo y que nos espera exactamente idéntica a como la dejamos.

Pero a mi me gusta volver. de hecho, segundos antes de que mis ojos se llenaran de lágrimas al despedirme de mis compañeras de viaje en la parada de San Antonio en el metro de Medellín, Pili me había preguntado si tenía ganas de volver, y mi respuesta había sido que sí. Luego, ya sola en el metro, tras haber abrazado a las hermanas Piqué (como se pueden abrazar tres personas que cargan 6 mochilas en conjunto) y tras habernos separado en silencio (no por falta de sentimientos, sino por incapacidad de expresarlos) medité sobre esta respuesta y la reafirmé.

Sí. Me gusta volver. Cómo dijo algún amigo, "me voy para volver". Me gusta llegar y hacer partícipes a los que quedaron de todas las anécdotas vividas. Me gusta ver por millonésima vez las fotos y reirme sola, o contarle a alguien aquel recuerdo, describir aquel personaje conocido, ese lugar visitado. Me gusta incorporar todo esto a aquella vida que dejé atrás y me espera, para que de ahí en adelante todo lo que soy y seré sea derivado, o por lo menos sea parte de eso que fui y estuve.

Pero de todas formas es difícil...

El gran problema de volver es que la mente sigue intentando procesar todo lo vivido... y tiene que empezar una vez más a settlearse en estado "vida en Buenos Aires", cuando todavía tiene el chip "viaje".....

Es como si hubiera dos potencias a punto de estallar: Por un lado yo: con miles de ideas nuevas, miles de proyectos, miles de pensamientos que se animan a divagar por mi mente y que tengo que analizar. Yo, la misma que partió, pero con un tratamiento rejuvenecedor que dan cualquier vacaciones. Vuelvo nueva, renovada, más fuerte y con el alma latiendo, como si hubiera recuperado ese brillo que siempre queda un poco opacado a lo largo del año.

En el otro rincón está el inmenso mundo: absorbente, enorme, avanzando sí, pero muy paulatinamente, tan lentemente que parece una tortuga enorme, monstruosa, dura, totalmente acaparadora, un verdadero gigante practicamente imperturbado por mi presencia.

Y corremos el riesgo de colisionar y que alguno de los dos salga lastimado. (invariablemtne el más débil)

En definitiva, el tiempo de vuelta tiene que ser directamente proporcional al tiempo de viaje. Es muy fuerte despertarse en Bogotá, y esa misma noche estar organizándose para el día laboral que sigue. Lo ideal fue aquel primer regreso de aquel primer viaje, que estuvimos 5 días retrocediendo sobre el camino andado, volviendo a algunos lugares visitados, durmiendo cinco noches en un bus más incómodo que el otro. Y tres días de pausa en salta, para luego el trayecto final. Sólo asi, un regreso de siete días... a veces utópico.. a veces real.