23 de julio de 2008

¿HECHIZO MAYA?


Era una tarde/noche de viaje, para ser más precisa estábamos en San Pedro de Atitlán, un pueblo situado a orillas del Lago Atitlán (según la sabiduría popular el lago más lindo del mundo), habitado en su mayoría por los "Tzutujil" una de las de las 21 etnias mayas que habitan en Guatemala.

Caminábamos por la calle comercial del pueblo, pintoresca, atestada de barcitos, cafés, hostels, puestos callejeros, tienda de abarrotes, que oficiaba de punto de encuentro de los extranjeros que vivían allí y los que estaban de visita.

Íbamos en busca de algo para comer debido a que nuestro humilde cuarto de hotel no tenía cocina (en realidad tenía pero debido a su minúscula dimensión y su escasez de utensilios era casi nula la posibilidad de cocinar). Ese día habíamos decidido hacer una "inversión", salir de nuestro magrísimo presupuesto diario y pagar un poco más para probar alguna de las comidas que ofrecían los locales en los puestos callejeros.

Después de caminar un rato entre los distintos puestos, optamos por probar una especie de sandwich con verduras y pollo, (creo que debe haber sido de las pocas veces en el viaje que ingerimos algún tipo de carne) en un puesto ubicado en la calle donde arribaban los barcos que venían a San Pedro. El puesto era atendido por una simpática tzutujili quien preguntaba qué verduras uno le quería poner, por supuesto le rogué que no le pusiera la tan odiada lechuga ni ningún tipo de picante.

Elegido los ingredientes, saqué mis quetzales, le pagué y comencé a disfrutar de mi comida. Mientras degustaba mi sandwich y recordaba el sabor del pollo (que hace tanto no comía) se me acercó una viejita tzutujili para ofrecerme sus budines de banana caseros. Era una viejita petisita, con dos trenzas canosas, la cara arrugada como una pasa de uva, con una mirada que irradiaba luz.

A pesar de que era desdentada nunca había visto una sonrisa semejante, sonreía utilizando todos los músculos de la cara y con toda la boca. Cuando te ofrecía sus budines al grito agudo de “budiiiiiiiiiiiiiines” y te sonreía, era tan difícil rechazárselos, resultaba imposible no caer rendida ante su carisma.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano le rechacé los budines con una sonrisa previo agradecimiento eterno por regalarme esa sonrisa. Ella me sonrió nuevamente y con un paso cansino se retiró con su canasta en busca de algún otro cliente.

A punto de terminar mi sandwich, se me acerca otra vendedora a ofrecerme alguna comida casera (no recuerdo bien que era). Atiné a agradecerle con mi mejor sonrisa como lo hacía con todos los vendedores que se me acercaban, pensando que ella entendería que no estaba interesada y se iría. Pero mis suposiciones fallaron, no sólo no se fue sino que me miró fijamente y bramó una serie de palabras en dialecto maya. Si bien no entendía el dialecto viendo su cara entendí perfectamente lo que me estaba diciendo, me había engualichado. Volvió a mirarme fijo, repitió una serie de frases inentendibles, se dió media vuelta y nunca más volví a verla.

Sus ojos negros, su mirada lacerante había actuado como un rayo que me partió al medio. Me embargó una sensación extraña, sentí que un extraño se había alojado en mi cuerpo, creí desvanecer.

No sé por qué la vendedora había decidido engualicharme pero desde ese momento no volví a ser la misma. Una gran pesadumbre sumado a una nube negra me acompañaban día y noche, mi mala suerte se fue acentuando llegando a límites inusitados. No era dueña de mi vida, un ser ajeno a mi me manejaba como si fuera una marioneta sin que yo pudiera hacer algo para evitarlo.Mi desesperación era inmensa, me sumí en una depresión porque mis amigas no me creían (decían que estaba loca) y no podía sacarme el gualicho de encima.

Probé todas las cosas habidas y por haber para sacarme la maldición de encima. Hice rituales mayas, consulté chamanes, tomé pociones, fui a Iglesias, sinagogas, mezquitas hasta templos budistas.

Al año siguiente, después de intentar por todos estos medios creí que me había sacado el gualicho de encima. Mi mala suerte no era tan acentuada, la nube negra me perseguía pero no era tan negra, la sensación extraña persistía pero era tolerable. Estaba tranquila, juraba que había logrado superar aquel incidente pero el otro día esta sensación de tranquilidad se evanesció y mi precario castillo de naipes se derrumbó.

Volvía en taxi del cumpleaños de cande con otras dos chicas. Estábamos riéndonos, charlando relajadamente de cómo había estado la fiesta, a quién habíamos visto, qué nos había hecho reir cuando de repente el taxista comienza a acelerar su marcha y comienza a bostezar sin cesar.

Ante nuestra mirada atónita nos explica que no podía parar de bostezar porque una de nosotras tres estaba "ojeada". Al escuchar esto, las chicas se asustaron y decidieron bajar del taxi en la esquina. Yo había entrado en pánico no por el taxista sino porque ni bien dijo que una de nosotras estaba ojeada se me apareció la imagen de los ojos negros de aquella vendedora de San Pedro. Sentí escalofríos, me invadió un pánico tremendo, volví a sentir todas aquellas sensaciones que creía haber superado.

Bajé del taxi sin decir nada, las saludé y me fui a mi casa temblando, sus ojos no dejaban de mirarme. El hechizo maya dijo de nuevo presente, ¿acaso nunca podré librarme de el?.

4 comentarios:

Somos 5, pero somos miles. dijo...

para quienes me criticaban mi tardanza acá va.

Esta es una historia verídica con toques novelezcos.

Anónimo dijo...

Sofia, Sofía, Sofía: ¿Habrás quedado en San Pedro?...¿Donde esta la Sofia que detestaba el alchool y la danza? ¿Será esto causa del gualiche?... qué Misterio!!

Anónimo dijo...

Sof:

Te estas luciendo. Historias autobiográficas con suspenso, misterios y adrenalina. Contador de visitantes. orchestas de tango.

Gracias sof. Gracias.

Sofi Pi dijo...

la nube negra me está acechando de nuevo.
sofia habrá qdado en san pedro???