27 de octubre de 2012

Laos, un secreto bien guardado

A pesar de mi fanatismo por los mapamundis, de jugar a girarlos y sin mirar poner el dedo en algún lugar del planeta y soñar que ese sería mi próximo destino, de aprenderme los nombres y las capitales de los países más remotos del planeta nunca había reparado en su existencia. No sabía nada acerca de este país, Laos era un secreto que el mundo tenía guardado para mí.
Estábamos en Chiang Kong (Tailandia) esperando el bote que nos cruzaría a Laos. No teníamos idea con qué nos encontraríamos del otro lado del rio. Un poco para dejarnos sorprender por lo que iríamos a ver y otro poco por el vértigo de cómo veníamos viajando hacía más de un mes por India y parte del sudeste asiático, no habíamos leído nada acerca de Laos. La única información con la que contábamos era con los relatos de otros viajeros que habían estado ahí y hablaban con fascinación acerca de  “la joya y el país más autóctono del sudeste asiático”.
Un halo de misterio envolvía a Laos, ya cruzado el rio, pasaporte sellado en mano y con la mochila cargada con pocas cosas y muchas expectativas empezó mi viaje por este país totalmente desconocido para mí.
Durante mi viaje por Laos me encontré con un país ideal para descansar, ir despacio, disfrutar y relajarse. El tiempo transcurre a otra velocidad, el ritmo del país lo marca la tranquilidad contagiosa de los laosianos cuyo lema nacional es “baw pen nyang” (no se preocupe). Nada los inquieta o los corre de su eje. Me sorprendió su amabilidad y su calma, a pesar de tener como vecinos al gigante de China o a la rápida y caótica Tailandia y una historia sangrienta reciente que sigue golpeando a su pueblo.
No podía creer que este paraíso de la cordialidad sea el país más bombardeado del mundo por superficie. Durante la guerra de Vietnam se tiraron millones de bombas en este país para bloquear la frontera. Hoy en día más del 30% de estas bombas están aún sin explotar, se calculan que se necesitarían más de 3 millones de años para limpiar el país de todas las bombas, todos los días algún laosiano sufre alguna consecuencia a causa de éstas. Sin embargo, esto no parece afectar ni su calma ni sus sonrisas.
Además de la tranquilidad, me sorprendieron sus paisajes y su historia. Si bien es un país sin salida al mar, el agua es una gran protagonista gracias al mítico rio Mekong, que está presente en todas las ciudades más importantes del país. Las montañas, el verde y el clima tropical fueron una constante durante todo mi viaje.


Luang Prabang fue la primera ciudad que conocí y fue amor a primera vista. Una ciudad llena de colores y sabores. Considerada patrimonio de la humanidad, esta ciudad es un crisol de culturas. Lo asiático y lo francés se fusionan un lugar único. Edificios coloniales construidos por los franceses en el siglo XIX y XX conviven armoniosamente con los varios templos budistas diseminados por toda la ciudad. Los laosianos van al templo budista y al salir juegan a la petanque (un típico juego francés), comen con palitos y disfrutan de las baguettes o la patisserie de la ciudad.
La ciudad amanece muy temprano, cuando los monjes budistas con sus túnicas naranjas recorren la ciudad en busca de ofrendas para su comida del día y las mujeres lavan la ropa a la orilla del Mekong mientras sus hijos juegan.
Durante el día, caminamos y nos perdimos entre las casas coloniales y los templos budistas, con la suerte de encontrar unos monjes que tenían alguna noción del inglés para contarnos cómo eran sus vidas y sus costumbres. A la tarde, disfrutamos el atardecer en el Rio Mekong y a la noche las delicias callejeras y la ciudad iluminada. Quizás la ciudad no tenga tantos “atractivos” por recorrer pero lo simple es su magia.
Después de unos días de disfrutarla, nos tocaba irnos para otra ciudad.  Luang Prabang fue la primera puerta que abrí en este país desconocido y había superado todas mis expectativas. Cuando partí intuí que este país y yo íbamos a congeniar a la perfección, y no me confundí mi intuición fue totalmente acertada.
Definitivamente Laos era un secreto que la vida y el mundo tenía guardado para mí.