La historia suele ser, para la mayor parte de los hombres, aquello que sucedió en un tiempo anterior al presente histórico que ellos mismos transitan. El presente pareciera ser sólo presente, una definición tan confusa como la de un momento prolongadamente evanescente o inmediatiamente mediato. Pero esa concepción contradictoria del presente no resiste a su propia contradicción. Es que el presente es historia, aunque centenares de miles de hombres duden de ello. Es que el hombre es historia, porque es consecuencia de los hombres pretéritos y causa de los hombres venideros. Y si no hay hombre, sencillamente no hay historia, porque son los hombres los únicos seres que tienen conciencia acerca de la existencia de ella, quienes la piensan y a la vez la transforman.
El Taj Mahal fue la historia ante nuestros ojos, la reminiscencia viva de leyendas ciertas que son una parte imborrable del inconsciente de la humanidad. Que hacen a la historia. Que enriquecen a la historia. Pero nosostros, de frente a la historia, somos también historia. Y ello implica un inmenso compromiso de parte nuestra. Un compromiso de revertir un pasado sombrío, un presente contradictorio y un futuro hoy poco auspicioso. Un compromiso que no se realice en aras de conseguir un ápice de fama en la "historia de la historia", sino que busque enriquecerla. En definitiva, con ello se logrará enriquecer al hombre que nos sucederá en un futuro no tan lejano, al hombre que continuará manteniendo viva la llama de la historia.